Cuando el hambre desencadena el trauma
Pertenezco a un grupo de co-madres modernas. No, no somos aquellas que se juntan para hacer tamales entre chistes, chismes y risas, somos un grupo de Latinas ocupadísimas con nuestras profesiones de terapeutas que honran nuestra tradición ancestral de ser co-madres. Es un espacio donde creamos una reconexión con nuestras tradiciones indígenas y descubrimos partes de nuestro ser que hemos perdido a causa de varios tipos de trauma.
En nuestra platica mas reciente, la co-madre del día nos guio en una exploración de nuestros recuerdos a la comida y las asociaciones a nuestros cuerpos y nuestro sentido de bienestar. Cuando la co-madre nos guiaba por los SIETE TIPOS DE HAMBRE, se me hacia muy difícil encontrar mis memorias asociadas a la comida. Todas las experiencias que hemos vivido se quedan completamente grabadas en nuestros cuerpos. Y las memorias mas empedernidas, solo salen al aire para darnos información vital cuando podemos enfrentarlas sin arriesgar nuestro bienestar.
“Cierra los ojos,” nos guio la co-madre, “piensa en la comida que tus antepasados compartieron contigo… ¿cómo se ve? ¿qué color es? ¿cuántos colores ves en el plato? ¿te inspira porque se tan rico?”
“…Ay” No se me ocurría ni papa.
“¿Es mole? ¿O verdolagas? ¿o albóndigas?” nos sugirio la co-madre, pero ni así se me aparecían las imágenes de comida.
“Ahora, fíjate cómo huele… ¿te hace el olor cosquilleo en la nariz?
“¿Olor!?” Abrí los ojos para ver la parrilla Zoombera… ¿seré la única que no puede invocar estas imágenes? Todas se veían tranquilitas con los ojos bien cerrados. Otras hasta sonreían. Cerré los ojos con vergüenza.
Si tuviera que entrar a un bosque y guiarme solamente por mi sentido de olfato, ahí me quedo. No tengo esa intimidad con mi sentido de olfato. Es mas, si tuviera que cargar toda la comida que puedo oler, me cabria toda fácilmente en una canastita: café, fresas, plátanos y mantequilla de cacahuate. Así ha sido desde que tengo memoria. Pero yo, por mi profesión entiendo, que de lo que yo me acuerdo conscientemente no es siempre todo lo que existe.
“El olor, ¿te levanta el apetito? ¿te hace crujir el estomago?” nos sugirió la comadre y fue en este momento cuando ohi un ahullido. Sin querer queriendo me desvié de la meditación guiada y me encontré con un recuerdo importante relacionado a la comida, el hambre deshauciada. Es un lobo feroz.
En mi desvió meditativo, me encuentro al lado de mi lobo feroz, Don Lobo. Es la salida de la escuela. Tengo ocho años y estoy en Guadalajara. El camino a casa nos tomas mucho tiempo porque Don Lobo se para a gruñirles a los aromas que nos atacan desde las cocinas de las casas que pasamos. El tomate en el arroz rojo lo hace salivar. Los frijoles de la olla que huelen ya secados y a punto de quemarse lo agitan, ¡qué desperdicio si se queman! El pescado frito lo marea. El caldo de pollo de plano lo hace desmayarse.
¿Y yo? Yo no quiero llegar a casa, pero es mas tormento estar aquí, en un remolido de olores. Arrastro a mi lobo del lomo, pero la verdad es que estoy arrastrando los pies para bañarme en el aroma de comida un poquito mas. El recuerdo de los aromas es tan fuerte... ¡y sabroso! Se me había olvidado esto, lo sabroso que puede oler la comida. Me hubiera podido quedar ahí toda una vida, y ahora ya entiendo que un poquito de mi se quedo ahí.
Al otro lado de la meditación, la co-madre nos guía, “¿tienen hambre bucal? ¿O te esta recordando tu estomago que no has comido?”
Mi lobito de repente suelta un gemido. La sensación del hambre dentro del cuerpo causa terror. ¿Podría acezar las sabidurías del hambre y sus asociaciones a la comida y el bienestar de una manera que no ponga en peligro a mi salud mental? ¿Que esta escondido en esta experiencia cuando en su tiempo fue tan hostil que lo quise atrapar en el olvido? Pero aun más importante, ¿qué esta en juego si decido que no vale la pena explorar esta memoria?
Estoy de suerte, tengo un espacio entre mis co-madres que son terapeutas profesionales. Este es un espacio donde puedo enfrentar como no solo mi ser a sido marcado por el trauma infantil, pero también entender como esto sigue afectando mi vida diaria. El trauma infantil, ya sea trauma de T mayúscula o T minúscula, como se diferencia el trauma hoy, deja marca no sólo en nuestros cuerpos, pero también en las decisiones mas inocentes que hacemos en el transcurso de nuestras vidas. Por ejemplo, ¿estoy comprando un pan de barra extra porque lo necesito o porque me da miedo que lo podría necesitar? ¿Refleja mi despensa mis preferencias de comida o es mas bien un reflejo de mis miedos? ¿Cual es el impacto que el trauma tiene en mis metas de salud y bienestar?
“¿Donde te han llevado tus memorias de comida?” nos incita, la co-madre otra vez.
Me encuentro en mi casa de niña, después de que mi pápa nos abandono. Esta obscura y fría. No témenos ni gas, ni electricidad. Y no hay comida. Busco a mi lobito y lo encuentro en le patio en frente de mi. Este amarrado al árbol de higos. Mis hermanos y yo lo acechábamos al pobre arbol, aun cuando no era temporada de higos. A mi derecha esta mi árbol de limón, lo deje pelón para hacerme te y apaciguar mi hambre. A mi izquierda y poseyendo nuestro techo, esta el vecino que hacia tostadas. Desde el día que se fue mi pápa, se poseyó de nuestro techo para poner mesas de alambre para secar al sol sus tortillas medio horneadas. Ahora que no había hombre en casa para defenderla, el vecino pudo apoderarse sin preocupación alguna.
Veo al cielo, había dejado de pedirle nada a Dios y mejor tome por rezarle al viento. “Padre Viento, sopla un poquito y échanos unas tortillas mal paridas y llévate nuestra hambre de un soplido.” Si teníamos aceite y gas, las freíamos, pero lo teníamos que hacer rápido y si no, nos devorábamos las tostadas prematuras antes de que el Tostador mandara a sus siete hijos a reclamarlas.
Y ahora, sentada aquí, en la seguridad de este momento, veo a mi lobito malentendido y me doy cuenta por primera vez que tengo problemas con la comida. No, no del tipo relacionado al peso o a la imagen corporal, sino el tipo que puede ser irreconocible y es la consecuencia del trauma. Esto me trae muchas revelaciones, por ejemplo, me doy cuenta que no tiene sentido salir de casa con comida en la bolsa hasta para ir a la tienda, ¿verdad?
Y hay mas revelaciones: me pongo casi pánica si veo que los estantes de la despensa o el refrigerador tiene espacios vacíos. Me llena de terror ver estantes vacíos, se me hace la visión de túnel y me enfoco solamente en la necesidad de llenarlas. Una despensa llena puede que no sea razón para ir a terapia, pero la necesidad irracional de hacerlo para poder sentirme tranquila definitivamente es una buena razon, porque me roba bienestar.
Acaricio a mi lobito y me acomido a aprender como saborear la comida, aunque no tenga buen sentido de olfato. Me acomido a rescatar todos los pedacitos míos que he diseminado a causa del trauma. Ninguna criatura debería de oprimir su sentido de olfato para disminuir la vergüenza del hambre.
Para algunos, esta revelación seria mas relacionada a la pobreza que a la comida. Si hubiera sido un poco mas grande con un sentido desarrollado de autonomía y autoeficacia, quizás si. Pero para una criatura que tiene hambre crónica y depende desesperanzadamente de adultos ausentes, la pobreza de mi madre me afecto en la mas básico de mi ser: Mi relación al aspecto sensual de la comida, sus placeres y sus sorpresas.
A esto, se le conoce como trauma complejo, es cuando las reacciones al trauma se entrelazan al ser que se esta desarrollando. En pocas palabras, uno no se conoce sin sentir los efectos del trauma. El resultado, es un ser que se forjo al servicio de la sobrevivencia, dejándonos sintiendo y disfrutando menos de lo que merecemos.
Cuando la co-madre nos convoco de la meditación guiada, compartimos nuestras historias de comidas, nuestras hambres por compartir comidas, nuestras incomodidades hablando de comer, nuestros miedos al hambre. Tendimos a nuestras experiencias con cuidado, así como lo hacen las co-madres. Y también compartimos una buena risa a gracia de la idea de “sopa de pito.”
Repito, que suerte la mía de tener un espacio donde puedo buscar pedacitos míos que me hacían falta. Tengo la dicha de haberme encontrado mi lobito hambriento, mi hambre. ¿Que sabidurías me revelará? ¿Cual es el superpoder del hambre?
“¿Ahora, piensa en como vas a interactuar con tu comida a consecuencia de esta platica?” concluyo la co-madre.
Miro a mi lobito. Esta salvaje, miedoso y todo tísico. ¿Que pasaría si le tomo su hambre? ¿Como puedo re-acondicionar mi cuerpo para no tenerle pavor a mi propia hambre? ¿Podría explorar los beneficios de guardar ayuno? ¿Cómo me mejoraría la vida el estar en harmonía con mi hambre?
Yo creo que he encontrado una buena meta de crecimiento personal.
¿Y tu? ¿Necesitas ayuda encontrando pedacitos tuyos? ¿Te gustaría tener apoyo para alcanzar tus metas personales de crecimiento? Permíteme ayudar, podría ser co-madre para tu nuevo ser.